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lunes, 10 de enero de 2011

UNA HISTORIA MEDIEVAL: UN RELATO DE CRISTINA ZAZO MUÑOZ, de 3º B ESO

Un trabajo escolar, al hilo del estudio de la Literatura en la Edad Media, le sirve a CRISTINA ZAZO MUÑOZ,  escritora bien conocida por los lectores de este blog, de 3º B ESO,  para contarnos una historia ficticia pero verosímil. La autora nos abre una ventana narrativa por la que podemos asomarnos a una estampa intimista, pero llena de dramatismo, de la vida en un monasterio medieval. El despertar al amor de Amara nos insinúa  un futuro más esperanzador...pero esa ya es otra historia.



HISTORIA DE AMARA , por CRISTINA ZAZO MUÑOZ

Era de madrugada. Sor Agalia se dispuso a ir a la pequeña iglesia del monasterio a rezar como cada día que se desvelaba, pero la monja frenó en seco en mitad del pasillo. En un rincón, en la penumbra, un bulto inerte sobresalía de las sombras. Sor Agalia dudó. ¿Debería acercarse? No lo creía conveniente. Aún así, oyó un suspiro y vio algo moverse, por lo que no pensó lo que hacía: se aproximó e iluminó con la vela para poder ver mejor. La monja quedó aterrorizada. El cuerpo de una joven yacía en el suelo, cubierto de sangre. No podía comprobar si seguía viva.

De todos modos no le hizo falta. No estaba muerta: respiraba dificultosamente, oía su lenta y apurada respiración, y vio, en las manos de la joven muchacha, una pequeña silueta. La joven abrió la boca intentando hablar. Sor Agalia le oía, entre sus susurros y su espesa respiración, rogarle. Le pedía por favor que cuidara de lo que quiera que fuese aquello. La monja, asustada, se preguntaba qué era lo que a la muchacha la importaba tanto.

De repente, el bulto de sus manos se movió. Sor Agalia lo cogió y al descubrirlo se dio cuenta: era un pequeño bebé, recien nacido, cubierto de sangre y todavia con el cordón umbilical unido al de su madre. Entonces comprendió. En aquel momento, la muchacha expiró su último aliento, con una palabra casi inaudible: "Amara".

La monja se compadeció de ella. Debía de haber sido un parto duro y terrible, no se explicaba cómo lo había pasado entero sola, así que le cerró piadosamente los ojos a la chica. Después hizo que se diera una misa en su memoria, aún sin saber su nombre, y acogió a la pequeña Amara en el convento, para cuidarla.

Cuando Amara hubo cumplido los dieciséis años, era una muchacha bella, la viva imagen de su madre. Sor Agalia no la había criado para ser monja, siempre había sido una muchacha alegre y risueña, como un pajarillo. Así que por primera vez, la dejó salir del convento, para ir al mercadillo anual que se celebraba en la villa. Amara lo miraba todo con interés. Un muchacho captó su atencion, y en ese momento entendió por qué sor Agalia no quería que fuera una monja. El muchacho la miró, se acercó y... eso ya es otra historia. 

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