-Brenda… ¿qué ha pasado? -dijo Lucie entre sollozos.
No contesté, estaba demasiado concentrada en forzar la cerradura con una horquilla del pelo. George daba vueltas por la habitación, colocándose su gorro cada dos por tres. El sonido de sus pasos nerviosos vagaba por toda la habitación, haciendo la situación más desesperante de lo que ya era. Con la punta de la horquilla, encontré el punto exacto donde tenía que empujar para forzar la cerradura.
-Vamos, vamos…
Lucie se levantó y se colocó detrás de mí, observando como intentaba forzar la cerradura. Empujé un poco la horquilla. Podía notar como la cerradura estaba comenzando a ceder lentamente. Sólo le quedaba un último empujón cuando la horquilla se rompió, dejando la cerradura más inaccesible todavía.
-Oh, mierda… -murmuré.
Los nervios estaban comenzando a apoderarse de mí. Sólo llevaba cinco minutos escasos encerrada en aquella habitación y ya estaba empezando a pensar en modos descabellados de escaparme de allí. Mi mano, inconscientemente, se dirigió al bolsillo interior de mi abrigo. Tal vez si…
-Brenda, escucha…
Lucie colocó una de sus manos en mi hombro, como si supiese que se me acababa de ocurrir una locura. Pero, a pesar de que era una locura, no había otra manera de evitar que la bomba que había puesto Brian fuese la que acabase conmigo. Cogí la pistola y, con manos temblorosas, quité el seguro. George se abalanzó sobre mí, alarmado por el sonido del arma. Lucie, tapándose la boca, gritó:
-¡Brenda!
-Apartaos -dije.
-No voy a dejar que cometas ninguna locura -dijo George.
-¡Que te apartes! -grité, apuntándole con el arma.
George levantó las manos y, cautelosamente, se apartó. Le hizo un gesto a Lucie para que se colocase detrás de él. Me di la vuelta y, lentamente, posé el dedo sobre el gatillo. Apunté… Disparé. El ruido que produjo el arma envolvió la habitación, cubriendo por completo el grito de Lucie. Comprobé que, efectivamente, había conseguido abrir la puerta reventando la cerradura.
-Vamos -les apremié.
Ellos se miraron con una mezcla de felicidad y confusión, cómo si un milagro acabase de ocurrir en aquella habitación. Acto seguido, se abrazaron, llorando de felicidad. Eran más empalagosos…
-¡Venga! ¡Tenéis una bomba detrás de vosotros! -les dije.
Comencé a correr por los túneles del tren, buscando desesperadamente nuestra salvación. Detrás de mí, podía oír la entrecortada respiración de mi hermana acompañada de la de George, que era mucho más fuerte. Sentía la fatiga sobre mi cuerpo, notaba como poco a poco la velocidad de mis pasos se iba reduciendo, pero no podía permitirme parar ya que quedaba poco para que la bomba explotase.
-¡LUZ! -gritó Lucie, emocionada.
Dicho esto, gracias al pequeño despiste que tuvo al ver la luz, tropezó y cayó sobre las vías. Paré bruscamente y, al mirar, vi su brazo derecho ensangrentado. Se apoyó con el brazo bueno en George para levantarse, pero una de sus piernas también había sufrido daño y volvió a caer al suelo.
-¿Puedes llevarla en brazos? -le dije a George.
Éste asintió, cogiéndola como si de su noche de bodas se tratase. Lucie apoyó su brazo herido en la tripa, manchándose toda la ropa de sangre.
-No te preocupes -dije, acariciándola-. Ya queda poco, muy poco…
Ella asintió, derramando algunas lágrimas. Continuamos, a menor ritmo, por el túnel. En un par de minutos, nos encontrábamos en el andén de la estación. Miré mi reloj, a penas quedaban cinco minutos para la explosión. Nos apresuramos subiendo las escaleras de la estación. Al llegar a la salida y levantar la vista al cielo, vi millones de fuegos artificiales inundar el cielo. La gente disfrutaba de la fiesta, bailando y cantando como locos.
-¡Eh! ¡Vosotros!
Me giré rápidamente y, tirado en el suelo, vi al chaval de la banda de Brian, al jovencito. Me agaché y, violentamente, apoyé el cañón de la pistola en su sien. Nadie en la plaza lo advirtió, ya que estaban demasiado entretenidos en emborracharse y continuar con la fiesta.
-¡No dispares! Estamos en el mismo barco, lo juro -sollozó.
Lentamente, cogió su navaja azul y me la dio. Acto seguido, se tapó los ojos y lloró, pronunciando palabras de las que no llegué a comprender mayoría.
-Yo… ellos abandona… abandonaron… ¡Ah! Me lla… llamo Andrés… ayuda…
Miré de nuevo mi reloj y me di cuenta de que debíamos apartarnos de la entrada de la estación inmediatamente. Cogí la navaja del chaval y la guardé junto a mi pistola. Le ayudé a levantarse y, rápidamente, con George y mi hermana detrás de nosotros, nos apartamos de la estación. Cuando nos encontrábamos a diez metros escasos de la entrada, la bomba estalló.
La gente, horrorizada, cambió sus gritos de alegría por los de miedo y comenzó a correr hacia las salidas de la plaza, para ponerse a salvo. El fuego que había en la estación, estaba comenzando a expandirse. Había mucha gente herida y algunos ya habían sucumbido a las llamas. Andrés me agarró con fuerza y me señaló una de las salidas de la plaza.
Al llegar allí, un chico corrió hacia nosotros.
-Es mi hermano Héctor -nos explicó Andrés.
-¿Necesitáis ayuda? -nos preguntó.
-Un hospital -contestó George torpemente.
Héctor miró a mi hermana horrorizado y nos hizo señas para que le siguiésemos. Nos condujo hacia una gran furgoneta morada y dijo:
-Os llevaré a un hospital.
George entró en la furgoneta sin soltar a Lucie, la cual gemía a causa del dolor. Andrés entró tras ellos. Yo me acerqué a Héctor y dije:
-Gracias.
Éste me sonrió y me indicó que me sentase a su lado. A pesar de que acabábamos de huir de una pesadilla, tenía la sensación de que acabábamos de meternos en otra aún peor. Y en esta nueva pesadilla… me sentía muy sola.
Qué bien escribes, tía.
ResponderEliminarWuaauu! Sin palabras, ME ENCANTA!! te felicito Marta =)
ResponderEliminarbien bien bien bien bien
ResponderEliminarNo había leido nada de la historia, lo acabo de hacer y estoy asombrada, es lo mejor de este blog.
ResponderEliminarLa historia e buena de verdad.
ResponderEliminarAunque coincido absolutamente con él, el comentario anterior no es mío. Simplemente ocurrió que fue enviado a mi correo y lo publique con mi nombre, por error. Disculpas.
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