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Este BLOG os pertenece, es vuestra puerta al mundo de la escritura, es decir al mundo de la vida. Podéis abrir la puerta con suavidad, sin apenas meter ruido. O podéis abrirla de forma escandalosa, llamando la atención de todos. Podéis entornarla un poco, o podéis abrirla de par en par. Cada uno tiene que encontrar su propia forma de llamar a esa puerta, de abrirla, de hablar con los que están dentro o con los que quedan fuera. Parece fácil, pero ese aprendizaje puede llevar toda la vida.

jueves, 18 de noviembre de 2010

DOS RELATOS DE ALUMNOS DE 1º A ESO

Partir de la propia experiencia personal da al escritor una plataforma firme y concreta para contar historias, pero el escritor es libre y soberano para alterar la experiencia real  presentando como realmente sucedidos hechos ficticios pero verosímiles.

Hay una diferencia esencial entre lo real y lo verosímil. Real es aquello que ha sucedido de verdad, y verosímil es lo que, siendo real o no, lo parece. Conceptos opuestos son lo irreal y lo inverosímil. El juego de contrastes entre lo real y lo irreal, entre lo verosímil y lo inverosímil permite en el terreno de la ficción un abanico casi infinito de posibilidades expresivas.  Al fin y a la postre es  la habilidad del escritor -su arte- la que crea la única verdad que cuenta: la verdad narrativa.

Los relatos de LUIS MIGUEL SOTILLO y de OCTAVIO BARAJAS pueden atenerse o no a la experiencia real de sus autores. Desde el punto de vista narrativo eso resulta intrascendente. Lo que de verdad importa es que ambos consiguen hacer creíble y verosímil lo que cuentan. Sus relatos realistas están llenos de verdad narrativa, la única verdad en el universo de la ficción.




PERDIDO, por LUIS MIGUEL SOTILLO

Hace siete u ocho años, un día de agosto, recuerdo que me encontraba en el coche con mi madre. Yo estaba nerviosísimo, pues era la primera vez que iba a un centro comercial.

Cuando entré, me quedé boquiabierto; era un lugar enorme. Recuerdo que me hacía sentir insignificante, yo era muy pequeño y aquel lugar era tan grande…

Mi madre me cogió de la mano y me dijo:

- No te separes de mí.

Durante mucho tiempo, hice caso a esas palabras, pero la avaricia pudo conmigo. Me solté de mi madre y salí corriendo a ver los juguetes. Cuando ya los había visto todos, fui al sitio donde me había separado de mi madre, pero ella ya no estaba. Me sentí triste, estaba solo, en un lugar que no conocía; estaba perdido, asustado y no sabía qué hacer. Anhelaba, con toda mi alma, encontrar a mi madre. Pasé como diez minutos perdido, pero para mí fue como una eternidad. Me encogí en una esquina y me quedé esperando allí.

Minutos después, vislumbré la silueta de mi madre. Me levanté, lleno de alegría y corrí hacia ella. Cuando llegué, ella me abrazó contra su pecho. Entonces una pregunta surgió en mi mente: ¿Y si la perdiera? ¿Cómo sabría encontrar el camino? Entonces noté cómo una lágrima mojaba mi mejilla.

Cuando llegamos a casa, le dije a mi madre:

- No quiero volver allí, jamás.

Pero me mentía a mí mismo, no es que no quisiera volver, sino que no quería estar sin ella otra vez.

Desde ese día, siempre pido y suplico todas las noches que no se vaya ella. Pero cuanto más pasaba el tiempo, más me daba cuenta de que ella no estaría siempre a mi lado.




HERMANOS, por OCTAVIO BARAJAS TORRUBIAS 

Un día, hace un mes, salía del instituto y fui a casa de mi abuela, que está frente al instituto. Comí y seguidamente fui a una tienda de alimentación a comprar una botella de agua porque tenía sed. Entré y cogí la botella de agua del refrigerador y le dije al dependiente:

-¿Cuánto es?-lo dije casi sin voz, por la falta de agua.

- Un euro y setenta céntimos –dijo el dependiente.

Estuve buscando el dinero un rato en la mochila, pero al final me rendí.

- Se me ha olvidado el dinero, me lo ha quitado mi hermano –dije yo afónicamente.

Mientras me iba, el dependiente guardaba el agua en el refrigerador y yo pensaba:

- Mi hermano es listo, sí, pero no tanto como yo.

Al llegar a casa le pregunté a mi hermano:

- ¿Por qué me has quitado el dinero? –se lo dije con ganas de venganza.

- Porque no quiero que me lo robes –dijo mi hermano.

- ¡Yo no te he robado nada! –dije gritando.

- Claro que sí –respondió.

- ¿No será que tú te gastaste el dinero y después quisiste quitármelo? –dije en un tono muy aclarativo.

Mi hermano se quedó callado y me devolvió el dinero.

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